Cada lunes es un comienzo desnudo, un diablo solitario bebiendo un único trago entre un montón de ángeles borrachos que se van a dormir después de haber vivido en éxtasis todo un fin de semana.
Cada lunes es un puente hacia el viernes, y un horizonte nuevo.
Cada lunes es un campo magnético donde las oportunidades se disfrazan de aparente tedio.
Cada lunes puede desvanecer su aparente solidez cotidiana para teñirse de reflejo y sugerencia.
Cada lunes bien puede estallar como un átomo inestable y expandir su poder.
Cada lunes nos demuestra que que no toda la energía se convierte en trabajo, según postula la segunda ley de la termodinámica.
Cada lunes nos demuestra que no hay una persona cien por ciento eficiente; siempre hay un desperdicio, un ruido, una energía flotante, un bostezo mal disimulado.
Cada lunes, se nos echa encima, creciendo y sin llenar nunca del todo su tamaño una inminencia que quiere ya llamarse trabajo y rutina. Como algo oscuro, oscuro, alzado, henchido, encendido hasta ser una posibilidad de alegría siempre que nos lo tomemos como una oportunidad y no como un castigo.
Para disfrutar el lunes hace falta darle otro significado a su nombre, a la la brecha que desde él abrimos para recomenzar la semana que sigue sin embargo sin comienzo..
Cada lunes nos nos lleva de la mano a ser testigos de la promiscuidad inconsciente de la materia y la energía