( imposible escribir sin género en español, por lo tanto por favor, olvida el género y aplícate el cuento tanto si eres hombre como si eres mujer)
Si te has hecho esa pregunta, de momento te puedo decir lo que no eres:
No eres un psicópata: Si lo fueras, te daría igual ser un hijo de puta. Carecerías de empatía y de remordimientos. Estarías leyendo esto, pero solo por curiosidad, o porque buscabas la manera de insultarme a mí y hacer un comentario que me hiciera daño
No padeces un trastorno narcisista de personalidad: En ese caso, estarías incapacitado para sentir culpa. Un TNP no reconoce jamás la culpa, la proyecta sobre otro, atribuye a su pareja cualidades propias que no puede admitir en sí mismo, con lo cual proyecta su conflicto, pero jamás se plantearía que él pueda ser otra cosa que perfecto. Jamás dudaría sobre sí mismo. Si la relación va mal, el problema es de su pareja o de la relación en sí misma, en plan “ nos queremos demasiado” o “somos muy pasionales”
Muy probablemente tengas conductas tóxicas. Es posible que dudes de ti mismo/ a porque espías los correos y el movil de tu pareja, o gritas a veces, o recurres al silencio hostil o pierdes loa nervios. La cuestión es que si eres capaz de darte cuenta de que se trata de conductas tóxicas, eres perfectamente capaz de modificar esas conductas. Una persona tóxica en extremo ni se daría cuenta de nada ni tendría voluntad de cambio.
Puede que tu pareja te esté culpando de todo lo que va mal en la relación. Si es así, plantéate´¿ por qué alguien que te considera tan mal tendría interés en seguir contigo?
La respuesta, dos párrafos más arriba. Muy probablemente porque proyecta su conflicto. Porque te acusa de lo que en realidad él hace. Los infieles suelen ser extremadamente celosos, sin ir más lejos. Es normal que el dependiente dominante diga que su pareja dependiente sumisa es una histérica, tiene mal carácter, no sabe encajar una crítica… y que se lo crea, y que sea incapaz de ver que en realidad se está describiendo a sí mismo.
Un dependiente dominante no puede encajar ya no una crítica, sino la más ligera disensión o diferencia. Y cuando nota que su pareja no está fusionada con él/ella ( es decir, que su pareja no está al cien por cien de acuerdo con él/ella en todo), comienza a alimentar resentimientos intensos, reales o imaginarios.
No entiende por qué su pareja no es capaz de “corresponder” de la misma manera a sus “sentimientos”. Es decir, por qué su pareja no puede dar respuesta a sus deseos verdaderos: cubrir todas sus necesidades y suplir todas sus carencias. El dependiente dominante no entiende por qué la otra persona no puede estar ahí para él, siempre, a todas horas, incondicionalmente.
Y es que aunque el dependiente dominante parece “disfrutar” complaciendo a los demás, en realidad espera algo a cambio. Por eso puede “explotar” y ser verbalmente abusivo cuando “ya no puede más”. Explota por la tendencia a acumular resentimiento y rencor cuando los elegidos por él no responden como él espera que respondan.
La preocupación por su pareja, ese volcarse devotamente en ellos, tiene como fin satisfacer su ego mediante la aprobación y el reconocimiento de lo que hacen. En el fondo lo que busca el dependiente dominante es ser reconocido y recompensado. Y si de alguna manera siente que no lo es, o no lo es en el grado que él/ella ansía, explota.
El dependiente dominante tiende a criticar a otros despectivamente si sienten que no se le valora como él cree que se merece, si no se le aprecia por todo lo que hace.
Por esta razón, el dependiente dominante recuerda como ataques desaforados comentarios que no lo fueron. Es común que te diga que le gritaste o que usaste un tono ofensivo cuando no lo hiciste, pero él sí que lo entendió así. En su recuerdo, ese comentario sin importancia fue un ataque brutal. Cualquier comentario que él/ella entienda como desaprobatorio le hunde en la miseria, porque le deja inerme, desnudo, vulnerable.
Cualquier comentario que él pueda interpretar como indicativo de que a los ojos de la pareja ha dejado de ser perfecto, lo vivirá como un ataque. Y entonces acusará a su pareja de ser agresiva, histérica, loca, mala persona, celosa, infiel… de ser lo peor que le ha pasado a Europa desde el nazismo, más o menos.
Por eso si se enfadaba, se encastillaba en un mutismo hostil. Por eso podía dejar de hablarte durante horas, a veces días. Por eso estar con él era como atravesar por un campo de minas, por eso nunca se sabía qué ibas a decir o a hacer que hiciera saltar la bomba, porque podía interpretar cualquier acontecimiento sin importancia como una amenaza. Por eso las discusiones eran imposibles.
Por eso la sensación de frustración te invadía cuando te dabas cuenta de que él nunca quería llegar a una solución consensuada, de que simplemente quería ganar. Ganar a toda costa.
Por eso nunca, nunca, reconocía que se había equivocado o que era responsable de algo. Por eso para él la palabra “negociación” o “acuerdo” no existía. Por eso todo era “o conmigo o contra mí”. Por eso la idea de entender el punto de vista del contrario o de encontrar una solución consensuada y beneficiosa para ambas partes ni se le pasaba por la cabeza. Por eso cuando se hartaba, zanjaba la situación con un tajante: “ Ese es tu punto de vista, no el mío”, dando a entender que la idea de poder llegar a un punto de vista común era imposible.
